«El Capital» de Marx se cruza con la realidad de una empleada doméstica en «Reimon», el último largometraje de Rodrigo Moreno
Ramona mira sin ver, con la mirada perdida. La imagen se amplia y allí aparece la familia reunida en un asado, en el patio de una humilde casa. No se les escucha hablar, solo se perciben, de cerca y en detalle, sus gestos, sus miradas y sus hábitos. La mirada enfoca ahora hacia las ramas secas de un árbol que contrasta con un cielo gris y hacia unos perros tirados en el patio de un jardín, intentando dormir a pesar del revoloteo de las moscas. Los ojos de Ramona se detienen por un instante en los del espectador, pero no los interpela. La vista sigue de largo en su recorrido por buscar algo que valga la pena detenerse a mirar, algo que finalmente no aparece. La realidad, eso que existe frente a sus ojos, es a lo que difícilmente pueda escapar.
Ramona es la protagonista de Reimon, el nuevo largometraje de Rodrigo Moreno (Buenos Aires, 1972), realizado de manera independiente por fuera del INCAA y con el apoyo de la Universidad del Cine. Al igual que en El custodio, el eje central de la película gira en torno a la vida de una persona que vive para otros. La vida de esta empleada domestica se va develando poco a poco en una sucesión de planos descriptivos, donde la acción es secundaria y en los que no se la escucha hablar, simplemente se la observa vivir en su cotidianeidad. Tomar el tren, limpiar las casas, mirar la tele, pasear al perro. Situaciones simples pero a la vez concretas, contundentes a la hora de construir un personaje. Ramona es tan real que se la ve todos los días en las casas y en las calles. Sin embargo esta Ramona, la de Moreno, se deja ver sólo un poco más allá de su coraza, de sus calzas agujereadas y de su sombrero negro. Cuando termina de limpiar, antes de emprender el regreso, se sienta en el mullido sillón de una paqueta casa y mientras suena una agradable e intensa música clásica, su mirada se pierde, cada vez más y más, como si su alma ya no estuviese allí, como si fuese un cuerpo vacío.
Del otro lado de su realidad, un grupo de jóvenes de alrededor de 30 años, clase media intelectual, se sienta a una mesa y lee en voz alta El Capital de Carl Marx. Las dos realidades se entrecruzan porque Ramona, a fuerza de necesidad, cruza el umbral. Entra en ese mundo que no es suyo porque debe hacerlo, porque es así. Esos mundos se observan, respetuosos pero a la vez intimidantes. Hay intentos de acercamiento, cuando uno de los jóvenes la saca a bailar, cuando una de las chicas le ofrece unas bolsas de ropa que ya no usa y que decide regalar porque le ocupan mucho lugar en el placard o cuando la llaman, amistosamente, Reimon. Pero el umbral entre la teoría y la experiencia es casi infranqueable. La teoría esta hecha de palabras y en la vida de Ramona las palabras sobran.
Hay otra mirada, la omnipresente, la del director, que se diferencia del llamado realismo en el cine argentino de los últimos años. Moreno reconoce que su intención fue “que interviniera la realidad y no el realismo, y ahí me di cuenta de que debía conocer a una empleada doméstica real y trabajar con su entorno, sin por eso tener que apelar a su bagaje personal”. Y continúa: “Por un lado quise escaparle al drama social, a la representación realista que eso implica; y, por el otro, evitar el retrato documental lastimero o políticamente sobreactuado de quien tiene poco, del hombre pobre, del trabajador”. Aunque se puede pensar a esta película como herramienta de crítica social, hay una propuesta diferente en cuanto al realismo propuesto por Trapero o por Caetano, en cuyas películas la mirada que se construye es cruda, sin matices. En Reimon prima cierta belleza, como una flor que crece en el pantano. Esta mirada sutil se hace evidente a través de largos travellings que la acompañan a pasear a su perro, cuando se acuesta en la cama en su habitación y se dispone a hacer un zapping antes de quedarse dormida o cuando limpia una repisa con pequeños objetos cuya única función es la de decorar. La cámara no agobia, no intenta buscar un sentimiento o una emoción en su cara. Simplemente se detiene a describir esas pequeñas acciones que revelan una realidad social, por cierto injusta, a través de un tono poético y un clima intimista.
En uno de los pasajes de El Capital, Marx hace referencia al tiempo y al ocio. No solo son las horas de trabajo las que se le escapan al trabajador, sino las horas en que demora en llegar a éste y volver a su casa. Los tiempos son tan efímeros y volátiles que se hace difícil vivirlos realmente. Al volver del trabajo, Ramona cruza la gran avenida mientras resuena la música clásica del living de una casa ajena. Ya en el andén, sus ojos buscan algo o quizás tratan de escapar de aquello que ven. Absorta en ese mundo, mira por la ventanilla un paisaje que se transforma a medida que el tren avanza.