La vida es sueño

El director español Jonás Trueba estrena mundialmente su tercer largometraje en el marco de la Competencia Internacional del BAFICI. «Los exiliados románticos» mantiene el espíritu de su creación anterior, «Los ilusos», película sobre los deseos, en la que sus personajes pierden el tiempo soñando por las calles madrileñas al tiempo que hacen una película. En esta ocasión los sueños y los deseos se buscan a través de un viaje aparentemente sin sentido por algunas ciudades de Francia.

Embarcarse en un viaje es, en algún sentido, embarcarse en un sueño. El tiempo de las rutinas, las obligaciones y el tedio, el tiempo que permanece inmóvil, anclado en el espacio en el que transcurren las vidas aletargadas, es transformado en un tiempo ilusorio que modifica indefectiblemente la percepción de la realidad. No hace falta irse tan lejos y caer como paracaidista en una cultura totalmente ajena. Basta con recorrer unos cientos de kilómetros hasta cruzar la frontera, tanto  la física que divide pueblos, ciudades y países, como la mental, la que nos acerca y aleja de nuestros propios sueños y miedos.

En Los exiliados románticos de Jonás Trueba no se plantea abiertamente un dilema existencial o una razón imperiosa por la cual Vito, Francesco y Luis deciden subirse a una pequeña casa rodante y emprender el viaje. Los motivos, que se irán develando a lo largo del relato, son a la vez omnipresentes e insignificantes. En esta versión posmoderna del clásico road movie no importa de dónde se parte y hacia dónde se va. Las pequeñas conversaciones, gestos, miradas y canciones son las que van dándole forma y sentido al camino recorrido. Su director afirma: “Quería hacer una película que tuviese la virtud de la levedad y que, sin embargo, estuviera cargada de personajes y situaciones. Que se sintiera ligera, sin coartadas dramáticas ni falsas expectativas, y que se pareciese a la vida; o, al menos, a un fragmento de la vida. Sobre la marcha descubrí que lo que estábamos haciendo era una película sobre la amistad”. Así como la película se fue descubriendo en su realización, también se va descubriendo en su expectación a partir de pequeños hechos que a su vez, como expresa Trueba, constituyen un fragmento de la vida de una generación que intenta darle un sentido más profundo a su existencia.

Los rasgos que dan forma a la película, tanto en relación a la temática (generación de los `30 que busca correrse de las imposiciones sociales y culturales a través de una eterna exploración de los propios deseos), como al modo de contar (el alejamiento, la aparente frialdad, la solapada expresividad, los diálogos que intentan profundizar sobre cuestiones centrales pero que casi siempre fallan en el intento) se asemejan a los rasgos de otras tantas películas a las que los jóvenes cineastas nos tienen acostumbrados. La voz autoral se afirma en determinados pasajes que intentan reflejar este transcurrir aparentemente liviano en donde el sueño, como ese deseo lejano e incierto, subyace latente. En algunas ocasiones la cámara se detiene en una calle ante el pelotón de transeúntes mientras al fondo, a lo lejos, se descubre al grupo de amigos que camina lento, se detiene unos instantes, conversa algo que no escuchamos, y sigue su paso a su propio ritmo, sin dejarse intimidar por la marea humana. Se perciben perdidos entre la multitud y a su vez sobresalen por sus gestos, miradas y por un beso robado que termina en risa cómplice. Esta singularidad de “ver de lejos” se repite al momento en que Renata, la amiga italiana de Francesco, y razón implícita de la primera parada del viaje, busca con unos binoculares la camioneta estacionada de su amigo en un inmenso parque en Toulouse. Otra vez, entre la gente reunida allí con el único objetivo de mirar pasar la tarde, aparecen ellos haciendo exactamente lo mismo, nada más y nada menos trascendental. En otro momento del relato el grupo va a un bar a escuchar música. Ese espacio, con su luz onírica y con las canciones sentimentales de la cantante española Mirren Iza que lo invaden todo, funciona como filtro que potencia las miradas y los silencios. A todo esto se suma el hecho de que los personajes hablan idiomas distintos (inglés, francés, italiano, alemán e inglés) lo cual acentúa esta falta de fluidez y entendimiento entre los personajes. Escena tras escena se va comprendiendo que lo que hay para decir poco importa porque los sueños son inmateriales, imposibles de expresar con palabras.

El relato mantiene en todo momento un curso apacible y sin sobresaltos hasta los últimos minutos, en los que se produce un brusco cambio de tono que descoloca al espectador. El verosímil no llega a quebrarse totalmente, pero se produce una grieta, de manera intencionada o no, al intentar sustraer de la ficción a esos jóvenes actores que por un instante (el instante final de la película, el que termina de darle sentido a todo) se desplazan de sus personajes para mostrarse a ellos mismos. Daría la sensación de que Trueba, en un guiño cómplice con sus actores y no tan cómplice con el espectador, intentase doblegar a la ficción y mostrarla en su desnudez, como si no fuese más que un exacto reflejo de la realidad y no una representación de la misma, y esos actores  fuesen en realidad ese grupo de amigos que se sumerge en un viaje iniciático.

El título de la película hace referencia a un libro homónimo del historiador ruso E.H. Carr, que relata la vida de los exiliados rusos del siglo XIX durante la autocracia zarista. Este conjunto variado de poetas, políticos, filósofos y artistas representaron el modo de vida romántico de la época, cargado de ideología, de libertad individual y de un sentimiento apasionado por la vida, por el arte y por las grandes utopías. Un par de siglos más tarde la vida nos muestra que esa pasión y ese romanticismo fueron perdiendo fuerza y materialidad, pero que todavía se esconde en los corazones de una generación que no se basta con dejar que la vida transcurra en un devenir de hechos deliberados y que busca un sentido más profundo, aunque no sepa exactamente cuál es ese sentido. En la búsqueda, en el viaje, quizás sea posible encontrarlo.

Texto publicado en INFORME ESCALENO

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