John Lennon dijo una vez que “la vida es eso que te va sucediendo cuando estás ocupado haciendo otros planes”. El ritmo vertiginoso que propone la modernidad vuelve casi utópica la idea vivir el momento sin pensar en el mañana. Y si así se lo propusiera uno, pasaría por una persona sin objetivos y ambiciones, cualidades sobrevaloradas en estos tiempos. Pero hay excepciones que, aunque pertenezcan a la ficción, no carecen de validez. Paterson, el protagonista de esta historia, un hombre común y un poeta oculto, pareciera haber aplicado en su praxis vital la célebre frase del ícono beatle con éxito.
En la última película del director estadounidense Jim Jarmush, cada capítulo es el comienzo de un nuevo día, un día que amenaza con repetirse tal como en El día de la marmota. Antes de comenzar su jornada de trabajo como chofer de colectivo, Patterson escucha parsimonioso las quejas de su compañero de trabajo, otro hombre común pero gris, estresado por las deudas y agotado de su familia. Al regresar a su casa lo espera su novia. Ella pinta casi obsesivamente círculos y rallas en cualquier superficie que absorba los pigmentos de sus pinceles. Además le gusta improvisar con recetas un tanto disparatadas. Sueña con ser cantante y espera ansiosa la llegada de esa guitarra que compro en internet y que le deparará un añorado futuro como estrella de música country, aunque aún no sepa tocar un solo acorde. Pero más que nada, esta bella y extraña novia le recuerda a su amado la gran admiración que siente por él y por su poesía, y lo alienta a mostrársela al mundo. Por las noches Paterson saca a pasear al bulldog y hace una parada obligatoria en el bar de la esquina, en donde disfruta de un trago con otras almas solitarias y aparentemente detenidas en un deseo que no logran alcanzar. Después del paseo, vuelve a su casa a descansar y recobrar energías para afrontar el próximo día, un día tan parecido como el que acaba de terminar.
A veces esperamos que las películas cuenten grandes historias, protagonizada por valerosos y sufridos hombres y mujeres. Historias de superación y de coraje, de superhéroes y villanos. ¿Qué pasa cuando nada de eso pasa en una película? ¿Cuándo lo que se cuenta es tan simple y terrenal que ante una mirada poco atenta no merecería ser siquiera contado? Luego de Only lovers left alive, Jarmush retorna a cierto minimalismo a través de una historia a la vez simple y profunda, y en ese entretejido se revela su espíritu. Detrás de toda trivialidad se esconde la poesía, poesía recitada en off que imprime sus letras en la pantalla y que Patterson lleva en su cuaderno, poesía que sale de las conversaciones que escucha de los pasajeros del colectivo, de las calles que recorre, de las caras tediosas de los compañeros de tragos y del amor que lo espera cada noche en su casa. No es casual que Paterson viva en la ciudad que lleva su nombre, y que fue cuna de grandes poetas.
La diferencia entre Paterson y El día de la marmota es que aquí no se plantea un deseo de escape, la vida es lo que es. Tampoco hay rebeldía, extravagancia, o necesidad de romper con la estructura de un sistema que oprime con sus reglas. El tiempo del trabajo y del ocio son la fuente de donde emana toda mirada sensible. Así como empieza termina, y a pesar de algunos tímidos sobresaltos e incomodidades, prevalece la certeza de que el curso de los días continuará tan rutinario y mágico como la vida de cualquiera. Finalmente, la sensación de tedio se transforma en empatía, porque a la larga, esos pequeños y repetitivos acontecimientos aparentemente insignificantes están llenos de vida.